lunes, 29 de marzo de 2010

Del Padre Emmanuel


V. LOS PREDICADORES DEL ANTICRISTO:
VISIÓN DE SAN JUAN

(Quinto artículo, julio de 1885)


I

Los Libros Santos, que entran en tantos detalles sobre el hombre del pecado, nos dan a conocer a un agente misterioso de seducción que le someterá la tierra.

Este agente, a la vez uno y múltiple, es, según San Gregorio, una especie de cuerpo docente que propagará por todas partes las doctrinas perversas de la Revolución.

El Anticristo tendrá sus lugartenientes y sus generales; poseerá un ejército numerosísimo. Apenas se atreve uno a entender, al pie de la letra, la cifra que San Juan nos da de él al hablar de la sola caballería (Apocalipsis, 9, 16).

Pero tendrá sobre todo a su servicio falsos profetas como él, iluminados del diablo, doctores de mentiras; enemigo personal de Jesucristo, copiará al Divino Maestro, rodeándose de apóstoles a la inversa.

Hablemos, pues, según San Juan, de estos doctores impíos, a quienes daremos el nombre, con San Gregorio, de predicadores del Anticristo.


II

San Juan, en el capítulo 13 de su Apocalipsis, describe una visión completamente semejante a la de Daniel. Ve surgir del mar un monstruo único, que reúne en sí mismo por una horrible síntesis todas las características de las cuatro bestias contempladas por el profeta.

Este monstruo se asemeja al leopardo; tiene patas de oso y cabeza de león; y tiene siete cabezas y diez cuernos.

Representa el imperio del Anticristo, formado por todas las corrupciones de la humanidad. Representa también al Anticristo mismo, que es el nudo de todo este conglomerado violento de miembros incoherentes y dispares.

Creeríamos ver al impostor, con el cortejo de cristianos apóstatas, de musulmanes fanatizados, de judíos iluminados, que lo seguirá por todas partes.

Ahora bien, mientras San Juan consideraba esta Bestia, vio que una de sus cabezas estaba como herida de muerte; y que luego su herida mortal fue curada. Y toda la tierra se maravilló ante la Bestia. Los intérpretes ven aquí uno de los falsos prodigios del Anticristo; uno de sus principales lugartenientes, o tal vez él mismo, parecerá gravemente herido; ya se lo creerá muerto, cuando de repente, por un artificio diabólico, se levantará lleno de vida. Esta impostura será celebrada por todos los periódicos, ese día casualmente muy crédulos; y el entusiasmo se convertirá en delirio.

Entonces, continúa San Juan, los hombres adoraron al dragón, porque había dado la potestad a la Bestia, y adoraron a la Bestia, diciendo: “¿Quién es semejante a la Bestia, y quién es capaz de pelear con ella?”. Así el diablo será públicamente adorado, y también el Anticristo; y no será un doble culto, pues el primero será adorado en el segundo.

San Juan nos hace asistir luego a la persecución contra la Iglesia: “Y le fue dada boca que hablase grandes cosas y blasfemias, y le fue dada potestad de actuar durante cuarenta y dos meses”.

Es el mismo vaticinio que Daniel, y designa el tiempo de la persecución cuando llegue a su paroxismo. Cuarenta y dos meses son justo tres años y medio.

“Y abrió su boca para lanzar blasfemias contra Dios, para blasfemar de su nombre y de su tabernáculo, de los que tienen su morada en el cielo. Y le fue dado hacer la guerra contra los santos, y vencerlos; y le fue dada potestad sobre toda tribu, y pueblo, y lengua, y nación. Y la adorarán todos los que habitan sobre la tierra, cuyo nombre no está escrito en el libro de la vida del Cordero, que ha sido degollado desde la creación del mundo. Quien tenga oído, oiga. Quien lleva al cautiverio, al cautiverio irá; quien a espada matare, a espada también se le matará irremisiblemente. Aquí esta la paciencia y la fe de los santos” (Apocalipsis, 13, 3-11).

Así describe el apóstol amado la terrible persecución. A todas las amenazas se les añadirán todas las seducciones; de ello resultará un fanatismo delirante que echará al mundo entero a los pies de la Bestia. Pero todos los asaltos del infierno fracasarán ante “la paciencia y la fe de los santos”.


III

San Juan nos pinta a continuación el gran agente de seducción que doblegará los espíritus de los hombres al culto de la Bestia. “Y vi, prosigue, otra Bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los del Cordero, y hablaba como dragón. Y la potestad de la primera Bestia la ejecuta toda en su presencia. Y hace que la tierra y los que habitan en ella adoren a la Bestia primera, cuya herida de muerte había sido curada. Y hace grandes prodigios, de modo que aun fuego hace bajar del cielo a la tierra a vista de los hombres. Y seduce a los que habitan sobre la tierra a causa de los prodigios que le ha sido dado obrar en presencia de la Bestia, diciendo a los que habitan sobre la tierra que hicieran una imagen de la Bestia que lleva la herida de la espada y revivió. Y le fue dado dar espíritu a la imagen de la Bestia, de suerte que aun hablase la imagen de la Bestia, y que hiciese que cuantos no adorasen la imagen de la Bestia fueran muertos. Y hace que a todos, los pequeños y los grandes, los ricos y los pobres, los libres y los siervos, se les ponga una marca sobre su mano derecha o sobre su frente, y que nadie pueda comprar o vender, sino quien lleve la marca, que es el nombre de la Bestia o el número de su nombre. Aquí está la sabiduría. Quien tenga inteligencia, calcule el número de la Bestia, pues es número humano. Y su número es 666” (Apocalipsis, 13, 11-18).

Esta es la segunda parte de la profecía de San Juan. San Gregorio interpreta este misterioso pasaje en el sentido de que, como hemos dicho, el Anticristo tendrá su colegio de predicadores y de apóstoles a la inversa. Y estos doctores de mentira serán algo así como nuestros sabios modernos, pero aumentados con poderes de magos o de espiritistas. Tendrán la apariencia del Cordero. Simularán las máximas evangélicas de paz, de concordia, de libertad, de fraternidad humana; pero bajo estas apariencias propagarán el ateísmo más desvergonzado.

Tendrán la apariencia del Cordero. Se presentarán como agentes de persuasión, respetuosos hacia todas las conciencias; pero luego harán morir en los tormentos a quienes se nieguen a escucharlos.

“Sus auditores, dice con energía San Gregorio, serán todos los réprobos; su táctica, sigue diciendo, consistirá en proclamar que el género humano, durante las edades de fe, estaba sumergido en las tinieblas; y saludarán el advenimiento del Anticristo como la aparición del día y el despertar del mundo” (Moralia in Job, lib. XXXIII).

Estos predicadores serán apoyados por falsos prodigios. Instruidos por el diablo y su satélite de secretos naturales todavía desconocidos, los misioneros del Anticristo espantarán y seducirán a las muchedumbres por toda clase de sortilegios; harán descender fuego del cielo, y hablar las imágenes del Anticristo que habrán levantado.

Pero eso no es todo. Obligarán a todos los hombres, bajo pena de muerte, a adorar estas imágenes parlantes. Los obligarán a llevar, en la mano derecha o en la frente, el número del monstruo. Y todo el que no tenga este número, no podrá ni comprar ni vender.

Aquí se muestra el espantoso refinamiento de la persecución suprema. El que no lleve la marca del monstruo se encontrará, por este solo hecho, fuera de la ley, fuera de la sociedad, merecedor de muerte.

Pero ¿acaso no vemos desde ahora cómo se esboza un intento de esta tiranía? ¿Qué son todos esos maestros de la enseñanza sin Dios, sino los precursores del Anticristo? La Revolución quiere tener su cuerpo docente, encargado oficialmente de descristianizar la juventud, y de imprimir en las frentes de todos, pequeños y grandes, pobres y ricos, la marca del Dios-Estado. La enseñanza obligatoria y laica no tiene otro fin.

Ya se preparan leyes para prohibir la entrada en las carreras públicas a todo el que no haya recibido la firma de las escuelas del Estado. El día en que pasen estas leyes abominables, se habrá puesto fin a la libertad humana. Entraremos entonces en una tiranía sombría, sofocante, infernal. El Anticristo podrá venir.

Como la conciencia pública, queremos esperarlo, es aún demasiado cristiana para soportar semejante tortura, se buscan todos los medios posibles para adormecerla.

Por otra parte, que los creyentes se consuelen. Todos estos extremos servirán, en los planes de Dios, para hacer brillar la paciencia y la fe de los santos. Es lo que veremos en el capítulo siguiente.